En un momento de lucidez, o no, mi dedo índice,
totalmente decidido, adoptaba la posición de pulsar.
Era el momento, el botón rojo siempre significa
peligro, destrucción, y mi dedo, sin apenas vacilar, estaba dispuesto a tirarlo
todo por la borda. Sólo tenía que ejercer una ligera presión y todo
finalizaría.
Un instante después, el botón volvía a ser negro,
todo volvía a ser el teclado de mi ordenador y ejercer presión sobre la tecla “enter”
sólo cancelaría el envío de un mensaje que, de haber sido enviado, podría haber
dado al traste con todo el proyecto.
Pulsar ese botón rojo en su momento habría eliminado
un problema de forma drástica y poco elegante, pero en el fondo, mi dedo y yo
somos más de solucionar que de usar artimañas de esta índole.
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