Cuando algo
explota, siempre es mejor ser un daño colateral que el objetivo principal de la
explosión.
En este caso la
persona que ha puesto la bomba no es muy inteligente, ni siquiera tiene experiencia,
pero ha dado de pleno. Me ha estallado en todas las narices aunque venía más
bien por la espalda.
Por mi
condición humana, hice un intento de sacar bandera blanca y dar una tregua.
Prefería la vía de la comunicación. Craso error, eso sólo sirvió para darle
alas al enemigo y que tuviera el tiempo necesario para preparar el explosivo.
El daño está
hecho y es irreparable, sólo puedo asumir la derrota y prepararme para el
regocijo de la parte victoriosa, porque como mi cabeza no ha rodado del todo,
seguirá presente, con la espada de Damocles amenazante sobre ella y dispuesta a
ser cercenada del todo.
No ha sido la
primera vez, pero sí la más rastrera.
La palabra “humano”
surgió ayer en una conversación y hoy la he buscado en el diccionario de la
RAE. Por supuesto me quedo con su segunda acepción: Comprensivo, sensible a los infortunios ajenos
No me voy a
parar a analizar si los demás son o no humanos. Tristemente, la que, con cada
una de esas explosiones, se está volviendo inhumana soy yo. Me estoy inhumanizando,
aunque el palabro, ni siquiera sé si existe.
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