El año pasado me desmonté cuando al llegar a “El
Mirador”, mi camarero, el camarero de toda la vida, el que me servía mi café
justo como a mí me gusta y bajo el árbol donde me sentaba a leer, había sido
víctima de una reforma laboral destinada a mejorar la situación laboral de
todos los españoles. Todavía me sigue costando entrar allí y pedir un café.
Hoy, salvando las distancias, he sentido algo
parecido cuando al llegar a Plasencia, el bar donde de forma habitual me tomaba
el café ha sido sustituido por una franquicia de la que, de paso sea dicho, no
había oído hablar nunca. Vivaldi ha sido sustituido por La Andaluza.
Al llegar al trabajo esta tarde, encima de mi mesa,
reposaba el currículo de un amigo y compañero al que hacía un trabajador feliz
y del que me entero que actualmente engrosa las listas de paro y sus
estadísticas.
Hechos que suceden todos los días y que a mí, sin
embargo, me sigue costando asimilar.
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